Al llegar yo, Andriev estaba ahí, esperando con sus manos en los bolsillos y apoyado en una pared. Al verme se dirigió de inmediato, hacia mí. Le sonreí a la distancia. Caminamos rumbo al Mitte: el barrio en la mitad o barrio del centro y de ahí su nombre.
Recorrimos en su busca de algún paraje la totalidad de aquel barrio artístico, lleno de graffitis en sus muros, con calles poco transitadas y que hoy sólo recorren a pie quienes se reúnen en sus bares y cafés para reír y pasar un buen rato. Andriev me indicó una sanguchería en un segundo nivel y entramos.