Tódor y Glev formaban parte del equipo que Andriev lideraba en Berlín.
Era imposible reconocerlos, se difuminaban en el entorno y estaban constantemente cambiando de lugar y de apariencia con una transformación prodigiosa. Le ocurrió a Larisa, chica de la compañía de teatro, que vio a Glev fumando en Alexanderplatz y se le acercó a conversar y pedirle el encendedor.
Glev tenía un gran atractivo caucásico, sus ojos rasgados y pómulos salientes y vigorosos dejaban ver la.
En ambos agentes se divisaba un marcado rigor interno, en sus comportamientos, en su autodominio y en sus conductas. Su identificación con el cometido encomendado era intransable. Moscú, y las ordenanzas que de
él proviniesen no era sólo ley, Moscú y su director, Stanislav Ylworoslov, era para ellos, su cometido, su mentor y su patria, como si la vida les fuese íntegra en ello.
